Confesiones de un Gay

Desnudo y dormido junto a mi

Me desperté junto a Miguel (hace unos días). Es uno de aquellos días en que te cuesta saber donde estas... es como si hubieras estado soñando intensamente con algo y volver a la realidad, aunque sea despertándote, cuesta lo suyo. Durante un tiempo, aún con los ojos cerrados, la confusión se apodera de ti, no tienes ninguna urgencia pero el no saber qué, cómo, dónde y cuando, llega a producirte una cierta desazón que te estimula a tomar el control de tu vida.

Había mucha luz. Los postigos estaban abiertos y se podía ver el cielo y los árboles asomando por las ventanas.

El estaba junto a mi, pegado (la cama no daba para más) y yo temía despertarlo, desnudo, moreno, largo. Tenía la cara relajada. Es un buen momento para observar a alguien de cerca con tranquilidad. Puedes mirar cada pequeño rincón de su cuerpo, sin que eso se refleje en sus ojos. Puedes observar el gesto indefenso y la dejadez de su cuerpo. Es un buen momento para disfrutar, en paz, del cuerpo del otro.

Algunos creen que en esos momentos el alma se refleja en la cara, que puedes descubrir sus más íntimos secretos. Cuando estamos despiertos todos interpretamos a nuestro personaje preferido. Componemos unos gestos, manipulamos nuestra voz en busca de la aprobación de nuestro interlocutor. Como el sordo que al no oírse se despreocupa de su voz (y se le agudiza con el tiempo). Al observar un cuerpo dormido, puedes entrever en su rostro aquel que es y no quien desea ser.

Supongo que tengo alma de Voyeur ¿quién no la tiene?

Como ya dije, Miguel me sedujo (no hay otra palabra para expresarlo mal que me pese) con su conversación, con su misterio, en definitiva con su inteligencia. Ahora, dormido, desnudo, sólo tenía su cuerpo delante de mi y aunque no lo tiene muy espectacular ni es especialmente guapo, sus músculos, su delgadez, su coleta, acentúan de una forma hermosa su virilidad. Aún dormido seguía desprendiendo un aura extraña. Aunque habíamos intimado bastante (la de cosas que descubres el pasar tantas horas junto a alguien), seguía existiendo una frontera, exquisita si se quiere, entre ambos.

Yo no tengo medida, es uno de mis más estúpidos defectos. Sin embargo su racional y ¿fría? cordura mantenía su mente (algo que aprecio mucho) lejos de mí, a pesar de gozar y tener su cuerpo tan cerca.

Eso me salvaba de mi propia estupidez.

Me dio por pensar si yo también me comporto así con alguna gente, no con todos claro, sólo con aquellos con los de alguna extraña manera sabes que es un simple ligue. Con aquellos con los que sabes que no te interesa más que la posesión momentánea de su cuerpo.

Sé que soy egoísta.

A pesar del tiempo transcurrido es como si él cada vez estuviera más lejos de mi, sin que ninguno de los dos hiciera ningún esfuerzo por variar esa situación. Claro que su punto de vista podría ser justamente el contrario. Quizá era yo quien mantenía una prevención sobre mi vida y mis emociones y fuera yo quien me alejara paulatinamente de él (sin moverme de sitio).

Me levante con cuidado. Se removió inquieto pero siguió con los ojos cerrados. Al cabo de un rato (fui al lavabo), volví y me senté frente a él. Creo que era el jueves por la mañana. Me pregunté que hacía yo allí. Creo que fue entonces cuando decidí volver. Sin urgencias.

La magia de su mirada no podía tocarme. El susurro de su voz, sus palabras, no podían alcanzarme. Sus dedos no podían acariciarme.

Hay veces que me siento utilizado, no me importa, he llegado a un compromiso conmigo mismo. Yo también lo hago, todos lo hacemos. Si no produce dolor se aprende de ello.

Abrió los ojos finalmente y al verme me sonrió. Antes dejó traslucir en sus ojos un signo de interrogación.

-¿Hace mucho que estas ahí? –preguntó.

-He tenido tiempo para verte crecer –le respondí.

Sonreí a mi vez, le di un beso y los buenos días.

Al día siguiente me fui.

Un beso hermosos y hermosas.

Escrito por Izann a las 13 de Julio 2004 a las 02:56 PM